Solsticio de verano 2024

Rituales y solsticio:

Desde hace unos cuantos años, en mi familia hacemos una celebración que con el paso del tiempo ha adquirido un carácter litúrgico entre todos nosotros. Entre la tercera y última semana de junio, cuando el verano ya está llamando a la puerta y la vendimia empieza a orientar la senda que recorrer, nos reunimos para reproducir esta ceremonia a la que llamamos solsticio de verano.

Resulta curioso que este concepto, que para la mayoría de las personas tan solo supone la mera transición entre la primavera y el verano, nosotros lo convertimos en un momento preciso, entre el atardecer y la madrugada de un día cualquiera, en el que los presentes somos conscientes de este acontecimiento que sin su celebración pasaría por nuestro calendario de manera totalmente desapercibida.

Al igual que todas las ceremonias de culto, el solsticio también cuenta con su propio protocolo a través de una serie de rituales de los que todos los asistentes tienen que formar parte. Sin la rectitud de una doctrina religiosa pero no exenta de elementos supersticiosos, la primera liturgia la encontramos en el código de vestimenta, el cual debe ser blanco o amarillo. El color blanco, representante de la espiritualidad, lo sagrado y la purificación, mientras que el amarillo representa la abundancia. No seré yo devoto de pensar que el lucir estos colores atraerá las conceptualizaciones esotéricas que se les atribuyen, pero tampoco ocurre nada porque, un día al año, nos prestemos a este ritual de naturaleza divina.

El segundo rito, el cual da sentido y razón a este texto, lo encontramos al inicio de la medianoche. Al terminar de cenar, con el estómago lleno y las copas de vino empezando a hacer sus efectos, encendemos una hoguera y escribimos en un papel aquellas cosas, situaciones o procesos que han formado parte de nuestra vida durante el último año y de las cuales nos queremos desprender, soltando el amarre y las ataduras que nos generan. De manera simultánea, escribimos en otro papel las cuestiones que queremos proyectar hacia el siguiente año, aquellas cuestiones que queremos atraer a nuestra vida a fin de que sucedan.

Si te paras a observar, suele ser común ver que las hojas a quemar acaban siendo mucho más extensas que las listas de deseos, reflejando una naturaleza humana ciertamente pesimista al intentar eliminar más cosas de nuestra vida de las que queremos atraer. Con el paso de los solsticios difícilmente se acuerda uno de las cosas que quemó, quizás a modo de ejercicio memorístico selectivo o porque al quemar aquellas cuestiones en la hoguera, acaban reduciéndose a cenizas también en la conciencia.

De cualquier manera, me ha llevado algunos años entender que no existe mayor fortuna que la de no querer desprenderse de nada, deseando quedarte a vivir en el instante preciso, el momento presente el cual solo apreciamos en pretérito pasado.

En lo que a los deseos se refiere, la tendenciosa vanidad que nos atañe a todos nos hace tener siempre algo por lo que escribir, conservar aquel papel como un preciado tesoro a modo de que se materialice aquello que ha sido convertido en tinta previamente. Siempre quedarán sueños por cumplir, ilusiones a las que pretender y los nuevos deseos nacerán incluso antes de que se hayan consumado los del solsticio anterior.

Algunos sueños se cumplirán, otros quedarán relegados a un cajón de la memoria y otros seguirán siendo deseos, pero poco importan estos últimos. En cualquiera de estos casos, volveremos a juntarnos, alzaremos las copas de vino celebrando nuestras victorias y fracasos, mojaremos en aceite el pan de nuestras alegrías y brindaremos por la celebración, un año más, de aquella gloriosa efeméride. Y construiremos nuestro patrimonio en base a los recuerdos compartidos y no a los deseos realizados, porque habrá un día que sólo quedarán aquellos días que se fueron y cuando el mañana ya no exista y el futuro no aguarde cobijo alguno, podremos decir que siempre nos quedará el ayer.

Firmado: Luis Ruiz López

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